A finales del siglo XIX se inicia la difusión de esta forma poética japonesa con el absoluto predominio de los primeros teóricos y traductores en inglés (Aston, Hearn, Chamberlain, Noguchi) y francés (Maitre, Couchoud). Aquellos primeros instantes se caracterizan por la asimilación e imitación de esta forma literaria, la formulación de las primeras definiciones y elementos que se consideraban imprescindibles: el suceso, el kire, la sugerencia o la posibilidad de tres versos, aún en cierta nebulosa conceptual. El primer ensayo teórico, amplio y detallado sobre esta composición en Occidente se leyó en forma de conferencia, el 4 de junio de 1902 en la ASJ (Sociedad Asiática de Japón) bajo el título: “Basho and the Japanese Poetical Epigram”. Su autor es Basil Hall Chamberlain quien fue el primero en utilizar el término haiku, aunque como equivalente de hokku y haikai en un periodo inicial de continua fluctuación léxica; además, forja el apelativo de epigrama, con el epíteto de lírico, en un intento de mostrar la originalidad de esta composición nipona alejándola del prosaico epigrama griego o romano, de quien compartía, según sus palabras, el ingenio.
Por su parte, España era territorio de poetas que dibujaban en verso ligeras influencias orientales sobre un lienzo en blanco: un páramo vedado para la teorización del haiku, al margen de tibios artículos y reseñas con traducciones indirectas de las obras francesas e inglesas (Araújo, Carrillo) entre los que sólo despuntarán Díez-Canedo y los poemarios de Tablada, especialmente en Hispanoamérica.
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